viernes, 25 de enero de 2013

Sorprendente visita

ES, SIN DUDA, LA ALEGRÍA DE QUIEN TODAVÍA TIENE ESPERANZA

Hoy no me apetecía mucho ir a ver a mi abuela, pero ya era hora: llevaba sin verla dos semanas, lo cual no es muy justificable si tenemos en cuenta que vive a diez minutos de mi casa y que está sola en la residencia. Según me ha visto me ha saludado con la ilusión de siempre... supongo que cuando lo que tienes al alcance es una máquina de oxígeno, una silla de ruedas y una televisión con Telecinco puesta, recibir cualquier visita te hace bastante ilusión.

He estado con ella unos cuarenta minutos en los que como siempre me ha ido ganando su cariño poco a poco, con esa ilusión que pone al contar cosas que ya te ha contado mil veces y esa mirada que pone sonriendo al recordar algo. Esa mirada que te indica que durante unos segundos te ha dejado, se ha ido de aquella sala, apartado de esa máquina de oxígeno y de esa pesada silla de ruedas y ha vuelto a esos recuerdos que tan viva la mantienen a pesar de estar ya tan débil.

Como casi siempre no llora y como casi siempre le brillan los ojos al acordarse de algún episodio con el abuelo, le asoman esas lágrimas que a punto están de resbalar por la cara, pero que parecen negarse a salir, como si ya se hubiesen derramado lo suficiente. Unas lágrimas que, sin embargo, no parecen transmitir desconsuelo, sino más bien esperanza. Esperanza como la que se ve en los ojos de una madre que ha discutido con su hijo y que espera que en cualquier momento él vuelva y la abrace. La esperanza, en definitiva, de volver a ver al amor de su vida pronto. "Estoy convencida de que el abuelo me cuida desde el cielo, Quique". Al decirlo, parece intentar mover las manos, como si quisiese darme unos pequeños golpes en el brazo en señal de complicidad e indicarme que es un secreto entre el abuelo y ella, pero lo cierto es que tampoco puede mover casi nada las manos, las tiene atrofiadas desde hace tiempo.

Ya al irme, me vuelvo desde la entrada de la sala donde se encuentran todos los residentes y ahí está, mirándome por si acaso decido darme la vuelta. Sonríe y me despide con el brazo (supongo que es un gran esfuerzo para ella), con esa alegría que tan difícil me parece tener viviendo en sus condiciones. Es, sin duda, la alegría de quien todavía tiene esperanza. Saliendo por la residencia me cruzo con dos personas que me sonríen y reconozco que me extraña un poco. Sólo después caigo en que esas dos personas han hecho lo que cualquiera: sonreír a quien te está sonriendo.

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